lunes, junio 12, 2006

Jaume se aburre en clase y se inventa crónicas demenciales, aunque la entrevista la hicimos (una infernal clase de radio, 12-6-06)

Llego al Harlem Jazz Club de mala gana. No me interesan nada los cuentacuentos ya que, de pequeño, mi abuela me provocaba infernales pesadillas con historias tenebrosas de lobos que aparecían a medianoche y se comían a los niños, despedazandoles los intestinos y metiéndoselos por el culo consiguiendo que la circulación de la sangre no se interrumpiera en un bucle tétrico que prolongaba la agonía durante tres noches seguidas. Gracias a este trauma pasé un verano sin dormir y tres años en un correccional de menores (por el asesinato de mi abuela), donde fui iniciado al bello arte de la sodomía por el padre Esmadre.A pesar de lo inoportuna que me resultaba la cita, me armé de valor, y de pistolas, y me fui pal garito, no sin antes tomarme un par de dosis de brebaje de los dioses. Absenta, creo que la llaman.Al llegar al garito, mis peores expectativas se confirmaron. La llamada cuentacuentos era una alcohólica decadente que no paraba de restregar en la entrepierna de mi compañero Salord mientras no era capaz de encadenar tres monosílabos seguidos. Mientras tanto, la alma mater del grupo, la celebérrima Sargento Bilbao no paraba de reirle las gracias de manera un tanto curiosa, debido a una parálisis del labio inferior sin duda provocada por su adicción a la heroina. A la vista de tal terrible espectáculo, no me quedó más remedio que pedirme otra absenta y allí empezó todo.La cuentacuentos, no contenta con reventarnos la entrevista a base de patéticas insinuaciones sexuales indignas incluso del más oscuro puticlub de carretera comarcal, empezó a contorsionarse como una vulgar discípula de Drácula en celo y exigió gozar de mis favores sexuales durante tres noches seguidas bajo amenaza de terminar unilateralmente la entrevista. Salord se mostró aliviado y secundó la moción y Sargento Bilbao seguía riendo y riendo mientras no advertía que una pequeña hemorragia de sangre le salía de la vena del brazo malo, el que lleva usando para sus lisérgicos planes desde la muy temprana edad de los 12 años.Sabiendo que ponía en juego la nota del grupo (y teniendo en cuenta que llevaba sin follar desde los 13 años y que nunca lo había hecho con nadie que no fuera cura) acepté a regañadientes.La cuentacuentos me llevó a una sala lúgubre y tenebrosa y me invitó a quitarme la ropa. Sorprendida del encomiable tamaño y jugosidad de mi miembro fálico, empezó a desnudarse a la par que a gemir. Todo parecía ir bien (excepto el hecho que estaba a punto de fornicar con una vieja alcohólica de 45 años, gorda, desdentada, medio calva y con problemas de incontinencia de orina) hasta que llegó el turno de quitarle las bragas. Una enorme capa mezcla de pus, orina, heces resecas, heces líquidas, regla y hemorragias renales varias impedía el retiro de las bragas por el conocido y temido efecto ventosa, que provocara tantas muertes en diversas plagas ocurridas en los siglos VI, XIII i XVIII.Visto el plan, decidí dar por imposible la consumación del desagradable acto sexual y vestirme de nuevo. Pero en cuando la cerda de la cuentacuentos vio desaparecer mi jugoso y de encomiable tamaño nabo de sus ojos bizcos, enloqueció como el niño de 10 años al que le apagas la Play station y proyectó su desproporcionado peso encima de mi grácil silueta. Agarró con sus sucias manos mi jugoso y de encomiable tamaño nabo y se propuso usarlo para traspasar la fétida crosta que le taponaba el coño. En vista de lo peliagudo de la situación, decidí pedir socorro pero la puerta entreabierta me permitió observar, no sin horror, como los demás miembros de mi grupo (con la tardía incorporación, como no, de la dulce y ensulfatada Noelia) estaban entregados a una desenfrenada orgía a tres bandas. A pesar de mis gritos desesperados, el grupo no atendió a mis reclamaciones y siguió con su empeño autodestructivo. En un descuido, Sargento Bilbao le clavó la aguja a Salord en su frenillo, causándole una hemorragia que salpicó directamente en la boca de Noelia quien, saturada, empezó a vomitar pues ya no podía tragar más líquido.En vista del percal, decidí buscarme la vida yo solo. La cuentacuentos ya me había despellejado los brazos con sus largas, afiladas y tuberculosas uñas, así saqué mi pistola, la puse de cara a la crosta maldita y le metí tres disparos que consiguieron abrir, por fin un agujero en la cerrazón. Pero peor fue el remedio que la enfermedad y la cuentacuentos empezó a desinflarse a medida que iba perdiendo líquidos malignos y amarillentos. Yo, horrorizado, y con grumos de regla de 1987 atáscandome la garganta intenté escapar de ese asqueroso escenario pero tropecé con un bidón de gasolina que, casualmente, pasaba por allí. Decidí que esa asquerosa mujer merecía morir quemada viva así que la rocié en gasolina mientras ella se retorcía con el comprensible dolor del que le han pegado tres tiros en sus partes bajas, y con uno de los 16 mecheros que me había robado esa tarde emprendí el ritual de purificación.Los gritos de dolor de la cuentacuentos no me commovieron nada y me dirigi al bar donde mis compañeros seguían en su extraño menage a trois regado de sangre, vómitos, whisky y la siempre perenne sonrisa de Andrea, a la que tuve que practicarle un torniquete en el brazo con un trozo de las bragas de la cuentacuentos que se me había quedado incrustado en el ojete. De nuevo, me tuve que cargar el equipo a la espalda y me los llevé de aquel local infernal que no tardó ni dos minutos en ser pasto de las llamas para desaparecer para siempre. De nuevo, la incompetencia de un entrevistado nos jodio un reportaje, pero nosotros seguimos convencidos de nuestra misión en esta triste vida.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Jaume,
esto es lo más asqueroso que he leído en mucho tiempo. tórrido. claro que no esperaba menos de ti! buenísimo.
te dejo una web que te va a gustar, http://www.theuncoolhunter.com
saludos desde el fin del mundo,

el indio yumeque

5:58 p. m.  

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